“Hay películas que te hacen reír, otras que te hacen llorar y después están las que te cambian para siempre, “Fausto” es una de ellas” – Darren Aronofsky. La película ganadora del León de Oro en la última edición de la Mostra de Venecia, con la que Sokurov cierra su tetralogía sobre la naturaleza del poder. No se trata de una adaptación de la tragedia de Goethe en el sentido usual, sino de una lectura entre líneas.
Guiado por su infelicidad perpetua y por sus instintos más simples (el hambre, la lujuria, la avaricia) el Doctor Fausto se mueve por el mundo como un ser anónimo. Es un pensador, un transmisor de ideas embarcado en ambiciosos proyectos científicos dispuesto a avanzar y a avanzar sin descanso y sin darse cuenta de que el tiempo se mantiene suspendido. En su caminar se cruza un personaje mefistofélico que, en lugar de presentarse como un poeta y provocador capaz de cambiar su apariencia a su voluntad, muestra un aspecto sibilino, con su cuerpo deformado y su ralo cabello rojizo. Tras conocer a la bella Gretchen en un lavadero, Faust cae prendado de la hermosura de la joven y decide vender su alma al repulsivo anciano a cambio de su amor. El film recupera asimismo la figura del padre de Faust, un curandero cuyas peculiares prácticas han causado el fallecimiento de varias personas.